El ruido que caracteriza a nuestra actividad pública se describe mucho mejor con una palabra, ya caída en desuso, que la resume muy bien: vocinglería. El diccionario de la RAE la define como “ruido o confusión producido por muchas voces”. Y el problema no es el ruido sino la confusión que nos ha hecho perder de vista que, como muy bien lo resume la filósofa española Adela Cortina, “acabar con la pobreza no solo es un objetivo de desarrollo, sino sobre todo un deber moral, político, económico y social”.
La pobreza monetaria padecida en Colombia por 19.1 millones de personas y la extrema por 7.2 millones debería ser el hecho que más nos debería interpelar como sociedad para ser capaces de articular nuestras capacidades y confrontar esta realidad tan dolorosa, que sume a seres humanos en vidas indignas, carentes de esperanza. Si a veces nos inquietamos cuando vemos que las cosas no están avanzando en la dirección que queremos, ¿somos conscientes de la pesadilla que representa una vida donde el principal y a veces único tema es la supervivencia? Es el ruido de lo público, el que ahoga este drama humano que hemos terminado por llegar a creer que es un problema de otros.
Por supuesto este es un asunto muy complejo que no está ni mucho menos circunscrito a Colombia. Más aún, el país tuvo avances muy importantes a este respecto que movían al optimismo. Sin embargo factores externos e internos que no es del caso comentar aquí, están mostrando que los impulsores ya dejaron de serlo y hoy no se advierten cuáles podrían ser los que tomen su lugar para seguir ese proceso de transformación social que tanto estamos necesitando. Daría la impresión de que no tenemos nada distinto que aportar que la espera paciente de un evento providencial que vuelva a traer el dinamismo que cómo sociedad, tanto nos cuesta alcanzar.
¿Por qué pasa esto? Nuevamente Adela Cortina hace un gran aporte a la comprensión de nuestro momento actual: “El fin de la economía consiste en ayudar a crear buenas sociedades. Por eso, para una sociedad es óptimo contar con buenas empresas y para las compañías también lo es actuar éticamente. Es preciso acabar con esa perniciosa ideología que se empeña en enfrentar a la ciudadanía con las empresas, cuando lo cierto es que empresarios, trabajadores, consumidores y proveedores son sociedad civil. Y es esencial ir construyendo un nosotros”.
No podría decirse de forma más clara: los desafíos que tenemos cómo sociedad no podremos resolverlos volviendo a los ciudadanos contra sus empresas y lesionando la esencia de ese “nosotros” que, con enormes dificultades, hemos tratado de construir en nuestra vida republicana.
Asociar los empresarios a la codicia, al sometimiento y a la tacañería, no solamente no se condice con la realidad, sino que envenena espíritus que parecen encontrar la razón que explica porqué hay vidas miserables. El daño que esto produce es tan grande que podría producir graves secuelas, en las que solo habría perdedores.
Sería cándido creer que las organizaciones con las que interactuamos son representativas de las que hay en el país: muchas de ellas con Ambientes Laborales excelentes y muchas otras deseando alcanzarlo. Sin embargo, estas crecen de forma sostenida año a año, reafirmando que están comprometidas con la creación de valor en múltiples planos -económico, social, sostenible-, lo que nos acerca al país que queremos. Esta es una dinámica virtuosa que a todos conviene.
Este gobierno ha puesto sobre la mesa temas difíciles y complejos, de los que era necesario hablar: la legislación laboral, la protección social, la salud, por mencionar algunos de ellos. Este diálogo y eventualmente los cambios que de él se deriven, deben reforzar ese sentimiento de un “nosotros” en el que todos quepamos, con capacidades y responsabilidades distintas para construir una realidad mejor, menos expuesta a lo que está por fuera de nuestro control y mucho más consciente de que en la medida que todos pongamos, cómo en la consabida pirinola, todos ganaremos.
El país necesita muy buenos ejemplos de qué hacer y cómo hacerlo. Ese es el principal mérito de las organizaciones reconocidas en las listas de “Los Mejores Lugares para Trabajar™ en Colombia”. Crear valor no es un asunto trivial y estas organizaciones lo están haciendo de forma extraordinaria. Que bueno sería que pudiesen encontrar en el gobierno un respaldo vigoroso para seguirlo haciendo, incluso poniéndoles de ejemplo frente al país. En ese momento, sería evidente que el gobierno interpretaría muy bien a la sociedad: necesitamos más y mejores empresas para traer dignidad a la vida de millones de personas en Colombia. No hay otra forma de conseguirlo. Por eso, ellas son parte de la solución. Ojalá abunden los mensajes que lo reafirmen. El país necesita escucharlos.